martes, 15 de mayo de 2007

Crónica de D&D .::Muerte en la espesura::.


Sin más dilación, con nuevas monturas y la escolta de la bella Lauriel, Jerinor y Hathol, dos guardias del poblado, nuestros aventureros se pusieron en marcha en pos de los orcos.

Con Lauriel a la cabeza, guiándoles por los senderos de las afueras de Fairhill, persiguieron en una frenética carrera a los asaltantes, siguiendo sus rastros por los caminos hasta llegar al río. Una vez allí se desviaron al sur para poder vadearlo. Nada más cruzar, llegaron a un cruce de caminos. Uno seguía para unirse de nuevo a la ruta comercial, hasta Crimmore, varias millas al este, y el otro se adentraba en el bosque del noreste de Fairhill. Los rastros conducían en esta última dirección.

Era desesperanzador ver como por mucho que corrieran, y montados que iban, no conseguían alcanzar a los orcos. Extremadamente raro...

Al adentrarse en la espesura, la guerrera elfa vislumbró un escondido sendero nunca antes visto que se dirigía al oeste dentro del bosque. Mientras decidían que hacer, Lauriel vió algo que le llamaba la atención en unos matorrales. Era un pequeño saquito de cuero con algunos objetos del templo asaltado.

Ya no cabía duda, los asaltantes habían huido por ese camino secreto. Pero ¿hacia dónde se dirigía el sendero?¿se alejaría de las ruinas del noreste?¿realmente habían ido los orcos por allí o era una sucia treta?

Después de sopesar la nueva información decidieron seguir por el oscuro sendero, pero no sin antes mandar a unos silenciosos pies como avanzadilla, a Smito 'Manos Ligeras'.

El mediano, adentrándose velozmente en el angosto camino, no haciendo prácticamente ningún ruido detectable por el oído humano como es común en los de su raza, después de un cuarto de hora localizó al grupo de orcos. Eran 7 en total, 6 guerreros y su caudillo en cabeza, el cual portaba el crisol de la diosa robado. Iban en fila de a uno, ya que la espesura del sendero así únicamente lo permitía, y la algarabía que formaban, en una especie de buen humor o celebración orcas se podía escuchar a varios metros de distancia. De todos modos, su paso era bastante lento y parecían cansados.

Con la nueva información, Smito se apresuró hasta donde estaban sus compañeros para informarles de las nuevas.

Al llegar, hubo un intercambio de opiniones referentes al camino que debían seguir. Finalmente decidieron seguir al crisol, aunque ello significase dejar atrás las monturas, ya que era imposible avanzar por dicha senda con ellas.

Atando sus corceles y dejando a Hathol a su cuidado se adentraron en el sendero, dejando adelantarse al mediano unos metros. Al cabo de media hora larga de camino, el sonido característico de las hediondas criaturas se hizo patente, y por segunda vez consecutiva Smito se acercó en sigilo para asegurar que todo seguía igual.

Al volver de la incursión, no solo informó de que estaban exactamente igual que los había visto antes, si no de que había escuchado algo muy interesante. Uno de los orcos le hablaba al caudillo sobre la recompensa que le daría su patrón al llegar a las ruinas. ¡Las ruinas! Así que era allí donde al final se dirigía el camino secreto.

¿Qué debían hacer ahora? El hechicero Corian apostaba por seguirlos hasta allí, mientras el fervor del aguerrido enano Drebb 'Huevosgrandes' clamaba por ajusticiarlos allí mismo. Las opiniones iban y venían, pero debían hacer algo pronto, si el camino realmente llegaba a las ruinas por algún sitio, no debían estar demasiado lejos.

La decisión fue tomada. Emboscarían a los orcos y recuperarían el crisol ahí mismo. Una decisión valiente y gallarda. Aunque algunas veces la valentía se torna insensatez...

El enano, Galdar y Lauriel se adentraron por la parte norte de la espesura que flanqueaba la senda hasta adelantar a la patrulla. Serían la fuerza de choque principal. Por el otro lado, desde la espesura sur del camino, Corian, Smito y el soldado llamado Jerinor serían el otro lado del cepo. De este modo cerrarían a los orcos en una trampa mortal, haciendo que pagasen con sangre sus actos. Pero en su osadía olvidaron que no se encontraban en plenas condiciones, esa misma mañana habían sido saeteados desde las colinas, aunque eso ahora mismo parecía tan lejano...

Las posiciones fueron tomadas, el mediano se apostó en la copa de un arbol preparando su honda. Jerinor preparó su ballesta a los pies de otro. Drebb preparó con toda ceremonia su escudo y su hacha enana a sus pies y cargó su ballesta también. Lauriel tensó su arco. Pero no todo puede salir perfecto, ya que al tomar posiciones, tanto Corian como Galdar no pudieron evitar hacer ruido.

El primero alertó a uno de los orcos de la retaguardia, pero con un ingenioso truco con su familiar, la comadreja Onix, consiguió zafarse del peligro y cruzar finalmente hacia el otro lado del camino.

En ese flanco, las cosas no habían ido demasiado bien para Galdar. Su falta de sigilo había alertado al caudillo, el cual con un grito hizo detenerse a la patrulla y, adentrándose con otro guerrero, se dirigía hacia el clérigo. No tenía muchas opciones, y debía hacer algo ya o todo el plan se iría al garete.

Reuniendo todo su valor, y con la espada que Shandril le había cedido en la diestra salió a toda velocidad hacia el medio del camino. Se dirigiría hacia donde estaban sus compañeros esperando con los orcos detrás y así caerían en la trampa.

¡La batalla había comenzado! En segundos, el terrible peso del destino caería ignorando toda misericordia. En el mismo momento en que el clérigo salía al camino, Corian lanzaba un conjuro haciendo elevarse el crisol de las manos del orco, dejando la copa suspendida en el aire y al caudillo en plena consternación.
Al mismo tiempo, las balas de Smito golpeaban las cabezas de los asaltantes, las saetas de Jerinor atravesaban cotas de cuero y el hacha de Drebb sesgaba la dura piel verdosa.

Pero en un segundo todo se volvió del revés. El pecho de Corian fue hendido por una ponzoñosa hacha que partió su tórax dejando escapar su vida en un gorgoteo de agonía. Jarinor también abandonó este plano no sin antes llevarse a alguna sucia alimaña con él, lo mismo que el enano, que aunque consiguió derrotar al caudillo separando su cabeza del tronco con el mortífero tajo de su hacha, también sucumbió. Y Galdar cayó abatido al borde de la muerte bajo dos oponentes, pero no murió gracias a sus compañeros, Lauriel y Smito.
Los asaltantes fueron abatidos al final, y el crisol había sido recuperado, pero a un precio excesivamente alto.

Tras darle de beber de una de sus pociones de curación a Galdar, los 3 supervivientes, en medio de tan atroz carnicería, decidieron ponerse en marcha.

El silencio y el pesar les acompañaban mientras recogían los cuerpos de sus compañeros muertos. Los arrastraron como pudieron durante casi una hora hasta la linde del bosque donde Hathol les esperaba con las monturas. Allí los cargaron y se dirigieron a Fairhill.

Al llegar al poblado se dirigieron sin más demora a ver a Shandril. La alegría de recuperar el crisol robado no pudo ser tal para la sacerdotisa al ver los cuerpos de los caídos.

Mientral Lauriel abandonaba los restos del templo para volver a informar a su superior, Shandril se quedó con el clérigo y el mediano. Les dijo que haría todo lo que estuviese en su mano, lo cual significaba usar uno de los más valiosos tesoros que poseía, un pergamino de resucitación. Unos antiguos escritos que poseían el divino poder de volver a atar el alma sesgada del cuerpo por el mal. Pero solo poseía uno.

Mientras los compañeros se veían metidos en una durísima decisión moral, Arlen y Baran aparecieron por la puerta. El primero se dirigió a ellos. Le habían informado de los hechos, y estaba muy agradecido por lo que habían hecho. El pueblo de Fairhill haría el mayor gesto que podía hacia ellos, olvidando la vida de Jerinor en favor de la de nuestros héroes, les ofrecía todo el oro del que podía desprenderse la aldea para ir a buscar a un poderoso clérigo en la ciudad portuaria de Reme que conociese el arte de la divina resurrección y devolverle la vida al otro miembro fallecido. Esta misma noche partiría un mensajero. Pero les pedía un último esfuerzo. Ellos solo podían desprenderse de unos 4 o 5 soldados si querían tener protegida la aldea. Después de lo sucedido, y sabiendo que en las ruinas habían más orcos, cuando éstos se diesen cuenta que la patrulla no volvía, lo más seguro es que enviasen fuerzas al poblado.

Por esto mismo, les volvía a necesitar. Necesitaba que como mínimo calculasen las fuerzas de a lo que se enfrentan.

Era un momento duro para nuestros héroes. Le dijeron que estaba bien, pero que necesitaban ahora decidir por la vida de sus compañeros. Los dos hombres se retiraron. Después de un rato de absurda propuesta de motivos para decidir a quien le devolvían la vida, no eran nadie para poder decidir algo así, se decantaron por el enano.

La sacerdotisa les dijo que el máximo esfuerzo que podía hacer era conservar el cuerpo de Corian un tiempo, y, a costa de su propia fuerza vital restaurarles sus fuerzas.

Accediendo a sus propuestas, la elfa se preparó para el ritual. Evocando ancestrales salmos sagrados y leyendo las poderosas palabras unidas al pergamino con poderes que los superaban a todos, en medio de una cegadora luz, el cuerpo de Drebb el enano se elevó horizontalmente unos pies del suelo, bajo las manos de la sacerdotisa en trance y se convulsionó violentamente. Gritando de dolor y entre espuma y vómitos, la fuerza de la vida llenó de nuevo los músculos del guerrero anclando de nuevo su alma a este mundo. El dolor y el sufrimiento de haber muerto y volver a la vida marcarían de por vida al enano, pero era uno de los pocos elegidos que habían vuelto de entre las sombras.

En muy poco tiempo habían ocurrido demasiadas cosas. Decisiones difíciles y momentos de amargura. Estaban agotados, pero si querían tener algo de ventaja sobre los moradores de las ruinas no podían demorarse. Para ellos no habría descanso...



1 comentario:

  1. Buena crónica tron, aquí es dónde se ve cómo el azar y la estrategia son difícilmente miscibles... :(

    Eso y los orcos hormonaos que te cascas!!

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